viernes, 28 de marzo de 2008

La señora y Él

Él consiguió un plástico más o menos transparente. La señora usó un trozo de celofán.
Él utilizó el plástico para envolver las cajas vacías de sus medicamentos. Ella usó el celofán para envolver un huevo de pascuas que abriría esa tarde cuando llegara la hora del té con sus amigas.
Él saludó a su mujer con un beso rápido en los labios y a sus dos hijos con un beso en la frente. Ella saludó a su gato con un centenar de piropos y a su canario con un silbido.
Él necesitaba dinero para darle de comer a su familia. Ella vivía de la pensión de su marido y de la mensualidad que su hijo, obligado, le daba religiosamente.
Él se subió al tren a las seis de la mañana y no se bajó en todo el día. Ella hizo lo propio a las cinco de la tarde.


Veinte minutos después se cruzaron ante mis ojos en un vagón del Sarmiento. Era domingo de Pascuas.

“Señoras y señores, con todo respeto los vengo a molestar para pedirles una moneda. Soy uno de los tantos portadores del VIH que no consiguen trabajo. Tengo una mujer y dos hijos de tres y cinco años. Mi mujer cose y plancha para afuera pero con lo que gana no nos alcanza, y yo no consigo un trabajo. Les pido disculpas por la molestia, no les vengo a vender nada, sólo vengo a pedirles una moneda, una que les sobre… Por más pequeña que sea es una ayuda para poner un pan en la mesa de mis hijos. No es para los remedios, los tengo gratis gracias al Hospital Muñiz. Si quieren pueden ver los medicamentos y mi certificado, están a su disposición…”

El pedido salía de su boca temblorosa en una mezcla de vergüenza y orgullo. Sus ojos casi no despegaban la mirada del suelo. Sudaba sin que pudiera uno vislumbrar si de calor, cansancio, pudor o las tres cosas.

Los pasajeros se miraban entre sí, hartos, tratando de preguntarse si era correcto lo que este hombre hacía, y si era correcto ayudarlo. Luego de unos segundos, breves para ellos pero interminables para él, algunos introdujeron una mano en su bolsillo o cartera y tomaron unas monedas que asépticamente colocaron orgullosos en las manos del muchacho.

Pasó a mi lado y me conmovió más de lo que ya lo había hecho con sus palabras. Mi mano derecha, dentro del bolsillo, soltó la moneda y tomó el billete que un segundo después le dí a cambio de un inesperado “Dios te bendiga, pibe, Dios te bendiga”, acompañado de una mirada que no podría describir.

La señora, a un metro de distancia y con una mano en la cartera lista para la limosna, lo dejó pasar. Cuando él estuvo lo suficientemente lejos, ella buscó alguien que le devolviera la mirada y se encontró con la mía. Con una extraña necesidad de justificarse, se señaló el corazón y me dijo “éste no me engaña, para mí que el pibe miente, no le creí”.

Me quedé estupefacto. A la señora le bastó con verlo “entero” y respirando para dar su veredicto. Con una enorme impotencia, con la violencia que su gesto generó en mí, no pude más que decirle a la mujer:

“Señora, esa moneda que Ud. se guardó es una miseria comparada con el dinero que regala cuando vota. Y esa gente sí que le miente, y Ud. lo sabe...”

Era la última estación para los tres. Nos bajamos. Él pasó al tren de al lado. La señora apuró el paso para comprarse un paquete de pastillas en el kiosco, como si un gusto amargo la hubiera asaltado. Yo, pensativo, seguí mi camino.

sábado, 15 de marzo de 2008

Conchudo

Hoy estoy conchudo. Hoy estoy uterino. Hoy todos los estrógenos de mi cuerpo se revolucionaron para darle a mi voz un grito tan potente como el de una parturienta.
Siglos de mujeres haciendo fuerza, poniendo el hombro y los ovarios, empujando familias, culturas, sociedades hacia adelante... para que este puto que soy se atribuya algo tan sagrado y venerable como su concha.
Ya les adelanté hace un tiempo que soy un tipo extremo. Y en esta conchudez que me adjudico el día de hoy no hay sitio para una excepción.
Me angustio, lloro de tristeza y al rato de emoción. Toda la sensibilidad del universo hoy cabe en mi piel.
Me siento castrado, falto, carente. Algo se escapó de mí como en una fuga de gas y cuando me acercaron el fósforo ya era tarde. No pude explotar.
Me quedé con las ganas, como a quien se la sacan antes de tiempo.
Siempre celebro la incompletud, ese motor que los da fuerza para encarar la vida. Pero hoy la maldigo. Hoy quisiera ser un pobre tonto ingenuo que se siente satisfecho. Hoy quisiera el beso que me falta, el abrazo que anhelo, el cuerpo que me cobije. Que me coja. Que me estruje. Que me contenga.
Como si tuviera vaginitis. Seco, malherido, irritado. Pero con ganas de que alguien entre, aún desgarrando los tejidos. Que alguien entre.
Me duelen los ovarios. Pero como hasta eso me falta no hay analgesia posible. ¿Cómo curar el dolor de un miembro que no existe? ¿Qué receta puede brindar la cura al mal de un órgano que ni si quiera puede extirparse porque no está?
Desordenado, desorganizado. Desangrado. Menstruante. Desgraciado, como la mujer que siente que el útero se le escurre entre las piernas porque no fue fecundada.
Toda una vida preparando las carnes para albergar algo que no vendrá nunca.
Como Yerma.
Tragedias históricas, maldiciones, hechizos, condenas perpetuas. Todas acuden a mi encuentro y las recibo sin ganas pero sin ofrecer resistencia alguna.
Porque ya no resisto.
Quiero pujar, expulsar de adentro eso que molesta pero que no tengo.
¿Alguien conoce un ginecólogo para hombres?

Imposible. Como este día, que afortunadamente es eso, sólo un día

conchudo.

Escrito por Dani apenas pasado el Día Internacional de la Mujer - 2008

viernes, 14 de marzo de 2008

Cronología I - Retazos de mi ser

4 de agosto de 1977

Un padre. Tres hermanos. Una madre portando el resultado del último de sus accidentes amorosos. Un retrato. Una familia. Una porción de la sociedad esperando ansiosos algo que sorprendente y arrebatadoramente ocurriría fuera de tiempo y de lugar.
Mi vida ha sido un desfile de sorpresas. Ella misma me descubrió un mes antes de lo previsto, cuando un médico decidió que mi salud y la de mi madre requerían una cesárea.
Pero no sólo la sorpresa ha signado mi tránsito. La pasión y la ansiedad me han mantenido en pie desde el primer día, desde el primer respiro. La pasión del fuego que marcó mi signo. La ansiedad del leonino que nació de noche y esperaba el sol.
Mi infancia, como la de muchos, ha sido marcada por decisiones ajenas. Primero, la de aquél médico que se calzó los guantes el 4 de agosto de 1977 y no el mismo día del mes siguiente. En segundo lugar, la del hombre que tres años más tarde quiso que mi cuerpo conociera el sexo de forma prematura. En tercer lugar, la del afortunadamente muerto Galtieri, que a mis cuatro años me introdujo en la angustia de no saber si mi hermano mayor volvería a abrazarme. Y el listado continúa.

El después

Con la marca en el orillo, ese espíritu ensombrecido por la mano del otro señalando el camino, me aventuré a descubrir mundos subterráneos, donde MI decisión fuera la que llevara la voz cantante.
El llanto que nunca me había sido permitido se convirtió en un orgasmo latiente que cada tanto sacudía mi cuerpo en tumultuosas realidades.
Tardes de casas abandonadas. Noches de almas abandonadas. De sótanos y anonimatos. De sudores tóxicamente embriagadores. De manos ajenas que yo mismo tenía el mórbido placer de acoger sobre mi cuerpo. Como si con ellas pudiera borrar el surco que en mi interior habían dejado otros más dañinos pero menos ilegales.
Sonrisas complacientes, silenciosas. Días de libros y logros académicos coleccionados uno tras otro en una existencia que de vida tenía tan poco como las hojas yertas con que esas piezas de literatura estaban hechas.
Años de mansedumbre, de corrección, de impecable armonía con el entorno.
La verdadera corrupción de mi alma no era producto de mis insolentes clandestinidades, sino de mis políticamente correctas realidades.
Así es. Cuanto más me acercaba al modelo impuesto, más me corrompía. La hermosa atrocidad de mi "ser" sepultada por el nefasto deber del "parecer".
El monstruo no era el que se escondía. Dr. Jeckyll y Mr. Hide estaban invertidos.

Verdad-Consecuencia

Como en una novela de ciencia ficción, desgarro mi piel para deshacer el hechizo. Otros desgarran sus vestiduras.
Nazco, por fin, a término. En el momento en que YO lo deseo.
Pesados ropajes cargados de deseos que no son míos caen al suelo estruendosamente.
Jamás volvería a ser el mismo. Como el puerco que se ha embarrado para sacudir luego las suciedades que no le son propias. Como el gusano que sale de la manzana para amenazar al pecador.
Con esa fuerza incontenible me avalanzo al mundo. Y mis primeros pasos son, por lo menos, torpes. Pero eso es otra parte de la historia.

Continuará...

Obertura

Excitaciones, incitaciones, invitaciones, imitaciones, mutaciones.

La vida es una enorme incompletud, un tránsito en la búsqueda de algo jamás perdido que nunca encontraremos.

A lo largo de mi vida he tenido el placer de zambullirme en pasiones abrazadoras que me permitieron transitar momentos siniestros, oscuros, de eterna inquietud.

Después de un largo recorrido, después de muchas oscuridades, mi alma, afortunadamente, alcanzó el suelo. Ni el cielo ni el infierno. La tierra, ese lugar donde todo florece y todo se entierra.

Desde ese lugar, latiendo de pies a cabeza, emprendí un camino que hoy me encuentra feliz, tranquilo, afortunadamente incompleto.

Hace poco abrí una ventana, tendí mi mano hacia el amigo y hacia el forastero, aquellos que interrumpen por un momento su propio tránsito para embriagarse con mis locuras. En esa ventana, mi otro blog, mi otro yo, elegí hablar de lo cotidiano, de aquello que me involucra con el prój(/x)imo, con gente que anda caminos tan similares como diversos.

En esa ventana quise mostrar al (pequeño) mundo aquello que manifiestamente muchos tenemos en común.

En esta oportunidad, y como para encontrar la calma tuve que pasar por el tormento, he decidido abrir la ventana de atrás, la puerta del sótano, la escotilla hacia el ático, el paso hacia un lugar menos manifiesto en la palabra pero no por eso menos común a los demás. Porque lo que nos hace semejantes no es solamente lo que manifestamos al universo, sino también aquello que transcurre dentro, en cada latido, en cada pensamiento, en cada estertor de nuestra humanidad.

A pesar de tener recuerdo de todos los momentos que hoy comienzo a retratar en este espacio, tengo, de muchos de ellos, apenas un mínimo registro. Y esta confesión es, por lo menos, esperanzadora, ya que las huellas que el pasado ha dejado en mi carne se han convertido en el sendero de los pasos que sin tortura y con felicidad hoy puedo dar.

Bienvenidos, entonces, a este espacio gloriosamente maldito. Bienvenidos a la sombra que tras mis alegres y firmes pasos del hoy he dejado como inevitable compañía.

No somos lo que hicimos. No somos lo que nos pasó. Somos lo que hacemos con lo que nos pasó.

Adelante...