sábado, 21 de junio de 2008

De noche y a caballo

Debo confesar algo terrible: no me gustan los poemas de Borges. Me resultan difíciles de leer, y no suelo ser muy estructurado para la poesía. Sin embargo, el año pasado, me enamoré de un chico que lo leía mucho y me dio a leer algunos. Como regalo, le escribí un poema, rememorando nuestro primer encuentro. A modo de desafío, me propuse utilizar una técnica estilística que Borges usaba mucho: el encabalgamiento. He aquí mi pequeño engendro, y mis disculpas a Borges, si es que desde algún lugar me está viendo.

Amor a oscuras

Hubo una noche en que perdí mis manos
que de tumultos y sudores venían llenas,
al acercarse temerosas a la plena
excitación de un temeroso ser humano

Vago su cuerpo entre penumbras, aún cercano
a aquél vacío cuerpo que portaba
yo, que de tanto haber vivido me jactaba,
al descubrirlo, todo supe vano

Entonces suyas fueron pues mis manos,
que descansaron tiernamente de los vicios
cuando su pecho tembloroso alcanzaron
en ese instante, que fue mi natalicio

Mas no contento con mis manos yo dejarle
seguí sin pausa el trémulo camino
y, entre temblores, logré al fin besarle,
abandonando en sus labios los míos

Suyas mis manos y suyos mis besos
ví completarse lentamente la figura
de quien venía a rescatarme de la oscura
eternidad de soledades en que, preso,

me hallaba yo, tan distraído con su sexo
que de extravíado no me percataba
de que ese extraño hombre rescataba
en ese instante a mi alma del exceso

Y en aquél ritmo acompasado, ya cedidos
besos y manos, continué abriendo canales
Le dí mi pulso, mi pasión y mis latidos,
que de quedármelos serían ya banales

Y, entre susurros y caricias, a aquél hombre
poco de mí quedaba por ser dado
En ese instante supe que mi nombre
debía ofrendarle, y llamarme Enamorado

Escrito por Dani el 24-05-2007

jueves, 12 de junio de 2008

Para los días tristes

Leyendo el blog de Gonza recordé un momento de mi vida, hace como diez años. Estaba triste, sin rumbo, gris, apagado. Y en medio de eso, me detuve a sentir qué pasaba con mis lágrimas mientras yo, distraído, lloraba. Y surgió esto:

Hoy tus lágrimas

Hoy tus lágrimas hacen fiesta en tu penuria. Se dan empujones, juegan a las escondidas, corren y saltan. Se pelean por llegar primero a tu barbilla, para saltar en un triple mortero a tu colchón.
Algunas, las más atrevidas, bajan en tobogán por tu nariz para estallar en la hoja. Otras, valientes, ruedan por los surcos de tu rostro, y en urgente remolino se disuelven en tu boca.
De a docenas desfilan por tus manos, cansadas de frenarlas.
Pero no cesan.
Se divierten con lujuria. Se mezclan con tu sudor en los hoyuelos de tus mejillas.
Unas tímidas, otras sueltas. Unas tibias, otras frescas.
Todas felices. Todas contentas.
Unas dudosas, otras resueltas.
Unas cerradas, otras abiertas.
Hay señoras, niñas, viejas...
Hay casadas y solteras.
Las hay flacas y hasta obesas.
Hay payasas y hay discretas.
Hay saladas, dulces, secas...
Pero grandes y pequeñas, jóvenes y viejas, lentas y ligeras, quietas e inquietas...
Todas, absolutamente todas

Juegan

Sólo basta verlas.



escrito por Dani el 14/01/98

sábado, 7 de junio de 2008

Ya no quiero ser tu superman

Largas páginas he recorrido en el libro de mi vida hasta llegar aquí, y me he dado cuenta de que mis historias amorosas siempre incluyeron un héroe. Cuando adolescente, buscaba refugiarme en los brazos de otro más experto, más maduro, más completo, como si algo de todo eso pudiera pegárseme por ósmosis. Me sentía Luisa Lane, Dorothy del Mago de Oz, Aladino, Robin. Siempre intentando que alguien me diera algo de cariño y un poco de esa seguridad que tanto me faltaba.

Tiempo después, decidí emprender mis propias aventuras y me creí invencible. Resuelto, con las cosas en orden, con el closet bien abierto y la sonrisa en la cara. Divertido, hiperkinético, emprendedor, trabajador, estudioso, buen amante y compañero. Así, mis eventuales compañeros amorosos e incluso mis novios resultaron ser los rescatados. Yo era el superhombre, que en cada paso dejaba una huella de sabiduría y experiencia. Cuánta estupidez…

El tiempo pasó. Hoy sólo soy un simple mortal. Un hombre con cara de duende que juega y se juega. Soy aprendiz de todo y maestro de nada. Tengo algo menos de energía y algo más de ganas, y no quiero dar lecciones a nadie. Mi vida es un eterno aprendizaje, y en este camino he descubierto que quien cree que todo lo sabe se encuentra más cerca del arpa que de la guitarra.

Me cansé de emprender relaciones con chicos que no saben quiénes son ni lo que quieren, y que me miran fascinados pero no confían en sí mismos lo suficiente como para dar un paso más. Me harté también de aquellos que quieren ser admirados por vida y obra y no pueden ver más allá de sus narices. Y por sobre todas las cosas, me agobia la sola idea de ocupar alguno de esos roles.

Tengo ganas de seguir andando hacia adelante, con el norte más o menos claro, en compañía de gente que amo y me ama, haciendo cosas que me llenan el alma. Tengo ganas de encontrar, en ese tránsito, los ojos de otro que con la misma sensación de paz e incompletud brillen al ver los míos. Tengo ganas de tocar la piel de alguien que hierva por quien soy y no por quien digo ser. Tengo ganas de que las lágrimas broten de mis ojos mientras una sonrisa asalta mi boca. Tengo ganas de amor. Tengo ganas de amar. Tengo ganas de revolcarme, de jugar, de pensar, de hacer todo y no hacer nada. De mirar el techo acompañado y dibujar figuras con las sombras. De enjabonar una espalda que no me dé la espalda. De besar labios que digan lo que sienten y que no digan lo que no. De crecer de a uno y de a dos a la vez. De usar todos mis juegos de dos tazas para el desayuno. De dormir en mi cama grande sin que sobre espacio. De preparar cena para dos y que se me quemen las papas. De irme con alguien de vacaciones al fin del mundo a acá a la vuelta. De no saber de quién es el calzoncillo. De intercambiar masajes. De ver quién se levanta a preparar el mate.

Tengo ganas de que se me alborote la sangre y se me agite el pecho. De que el estómago me cruja. Que las manos me suden. Que las piernas me tiemblen. Que el cuerpo no me baste. Que las ideas se me escapen. Tengo ganas de extrañar y de que me extrañen. De soñar y que me sueñen. De que el tiempo no alcance. Que los rincones sean lugares. Que las ropas huelguen. Que me vean desnudo aún vestido. Que me sean transparentes.

Tengo ganas de vos, que en algún lado estás, que no sabés que estoy.

No te busco, quiero encontrarte.

Porque tengo ganas de volar. Pero esta vez sin capa. Y con los pies sobre la tierra.

¿Volás conmigo?